Letras perdidas, voces olvidadas. La lengua árabe en el Museo de Zaragoza.

Denominamos al-Ándalus a la zona de la Península Ibérica donde los grupos andalusíes se establecieron y habitaron desde principios del siglo VIII hasta el año 1492. Su llegada a la península no supuso la sustitución de los previos habitantes visigodos, sino que implicó la interacción y mezcla entre ambos grupos durante siglos. La presencia de la población andalusí supuso el enriquecimiento cultural e intelectual de la sociedad, gracias a importantes aportaciones en campos como la agricultura, la arquitectura o la filosofía.

En el año 711, se desarrolló un importante movimiento de población desde las costas del noroeste de África a la Península Ibérica, accediendo a la misma a través del Estrecho de Gibraltar. Estos grupos rápidamente se expandieron hacia el norte, aprovechando la escasa resistencia que los pobladores visigodos ofrecían. De esta forma, entre el año 714 y 721, los musulmanes accedieron al valle del Ebro, estableciéndose en los principales núcleos de población preexistentes.

La mayor parte del territorio que comprende en la actualidad Aragón quedó integrado dentro de la Marca Superior, con capital en Zaragoza. Se trató del territorio fronterizo de la ya consolidada Al-Ándalus, que colindaba al norte con los reinos cristianos en gestación y construcción, y que constituye una de las divisiones administrativas y militares del nuevo régimen: el Emirato de Córdoba. Entre los años 756 y 929, al-Ándalus se configura como una provincia gobernada por un emir que dependía a nivel político y religioso en primer lugar del Califato Omeya y posteriormente del Califato Abasí. Sin embargo, a partir del año 929, la provincia de al-Ándalus pasó a tener su propio califa, lo que en última instancia supuso la independencia con respecto al resto de territorios bajo la influencia musulmana en el continente africano.

En el año 1031, la unidad de al-Ándalus se fragmentó, surgiendo numerosos reinos, entre los que destacó la taifa de Zaragoza. Los reinos taifas se configuraron como pequeños territorios independientes con sus propios regentes. El gobernante de la taifa de Zaragoza al-Muqtadir (1046-1082), además aumentar los límites territoriales de la taifa, comenzó la construcción de la Aljafería en la segunda mitad del siglo XI, considerada uno de los testimonios de arquitectura civil de época taifal más importante.

Desde el norte de África, a finales del siglo XI, los almorávides irrumpieron en la escena política de la península ibérica, aprovechando las rivalidades entre las taifas como oportunidad para anexionar aquellos reinos a su zona de influencia. Tras un periodo de movimientos antialmorávides y de divisiones de nuevo en reinos taifas, los almohades, seguidores de un dogma más estricto que los almorávides, trataron de unificar todos los reinos taifas y reanudar la expansión territorial hacia el norte.

Sin embargo, desde el norte de la Península Ibérica, los pequeños reinos cristianos fueron progresivamente avanzando hacia el sur, acumulando victorias en las zonas de frontera entre ambos. Estos pequeños condados y reinos habían llevado a cabo políticas expansionistas que se saldaron con la adquisición de enormes extensiones de tierra, realizando grandes movimientos migratorios para asentarse en los nuevos territorios conquistados. La ciudad de Zaragoza fue tomada en el año 1118 por el rey de Aragón Alfonso I, y unas décadas después, todo el territorio que comprende en la actualidad Aragón se integró dentro del Reino de Aragón.

Mientras tanto, los almohades, en retroceso continuo frente al avance de los reinos cristianos, sufrieron un deterioro interior motivado por el rechazo de los habitantes andalusíes a la imposición de los dirigentes almohades en los principales cargos políticos, además de luchas internas por el poder. En última instancia, estos sucesos provocaron de nuevo la descomposición de la unidad territorial y su fragmentación en reinos taifas.

A pesar de las acciones llevadas a cabo intentando frenar las ofensivas de los reinos cristianos, a mediados del siglo XIII al-Ándalus quedó reducido únicamente al reino nazarí de Granada. Este pequeño reino consiguió sobrevivir a través de varios pactos con los monarcas de Castilla, por los cuales accedían al pago de tributos para conservar su independencia. En 1492, el ejército del último rey de la dinastía nazarí, Muhammad XII (conocido en los reinos cristianos como Boabdil), fue derrotado frente a los Reyes Católicos, y el último reducto de al-Ándalus quedó anexionado a la Corona de Castilla.

En los territorios anexionados durante las campañas expansionistas de los reinos cristianos, se permitió que los habitantes musulmanes que lo desearan conservaran su religión, a cambio del pago de un tributo. Así, los habitantes musulmanes dentro de los reinos cristianos, denominados por la historiografía moderna como mudéjares, pudieron mantener sus creencias religiosas algunas centurias más. Por otro lado, aquellos que se convirtieron al cristianismo fueron denominados moriscos. A lo largo del siglo XV esa convivencia religiosa fue deteriorada por una imposición de la religión oficial: el cristianismo. A la expulsión y persecución de lo islámico siguió entre 1609 y 1613 la definitiva expulsión de los moriscos del Reino de Aragón.

Dinar acuñado en El Cairo, 765 d.C. (148 de la Hégira), Oro acuñado, Catedral de San Salvador, Zaragoza. Foto: J. Garrido. Museo de Zaragoza.
Dinar acuñado en El Cairo, 765 d.C. (148 de la Hégira), Oro acuñado, Catedral de San Salvador, Zaragoza. Foto: J. Garrido. Museo de Zaragoza.

 

LA LENGUA Y LA ESCRITURA ÁRABE

En la lengua árabe, de origen semítico al igual que el hebreo o el arameo, se distinguen diferentes etapas y variedades, siendo el árabe clásico la más conocida y con un peso notable en el árabe estándar moderno. Esta lengua está fuertemente ligada al Islam, puesto que en ella se escribió el Corán y ganó enorme importancia con la expansión religiosa.

Su escritura se realiza en el alfabeto árabe, que deriva en gran medida del arameo, a su vez proveniente del fenicio. Habitualmente estos alfabetos son consonánticos y no suelen transcribir las vocales breves, que deben deducirse del contexto. Con el tiempo se desarrollaron grafemas auxiliares para señalar las vocales largas y otros detalles de pronunciación. Su escritura queda fijada de manera definitiva hacia el año 786 con las contribuciones de Jalil ibn Ahmad al-Farahidi.

El alfabeto árabe -también llamado alifato- cuenta con 28 letras básicas y se escribe de derecha a izquierda. Junto a su utilidad práctica comunicativa, la caligrafía árabe adquiere un fuerte carácter artístico cuando el Islam prohíbe la adoración de representaciones figurativas, convirtiéndose ella misma en motivo decorativo lleno de significado.

La complejidad cada vez mayor de la administración estatal trajo consigo el desarrollo de la escritura, así como la aparición de varios estilos caligráficos. En época preislámica, coexistían dos modos de escritura: uno más fluido y cursivo, utilizado sobre soportes blandos, y otro más esquemático, para soportes duros, surgiendo los estilos nasji o nasjí, de uso cotidiano debido a su simpleza, armonía y rápida factura, y el estilo hirí o cúfico, destinado a un uso más ornamental, con variantes floridas o geométricas. Ambos estilos derivarán en numerosas formas de escritura muy variadas, atendiendo al periodo histórico y al contexto utilizado.

Entre los siglos VIII y XV, el árabe andalusí o árabe hispánico fue el dialecto árabe hablado de forma común en Al-Ándalus, aunque el árabe clásico sería utilizado por los círculos más eruditos para materias elevadas o documentos escritos. La lengua árabe adquirió un enorme valor tanto como elemento de comunicación como medio de transmisión de conocimientos de toda índole.

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BIBLIOGRAFÍA

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