“Tengo la cabeza como una devanadera”, era una expresión escuchada en boca de alguna persona mayor, generalmente una mujer, en la segunda mitad del siglo XX, que de esa forma quería ilustrar la situación en la que se hallaba: un problema de difícil solución ocupaba el espacio de sus preocupaciones y la inclinación mental era proclive a darle vueltas y más vueltas, en el intento de encontrarle una solución.
La comparación que recurría a la devanadera estaba cargada de sentido pues esa pieza, que expone el Museo de Zaragoza en su Sección de Etnología, era fundamental para una parte del proceso textil artesanal, extendido por algunas zonas del mundo rural todavía en la primera mitad del siglo pasado.
La madeja de fibra textil que se ha elaborado con la ayuda del demoré a partir del huso, o fuso, para pasar a su lavado e higienización, tiene como objetivo final convertirse en ovillo. Y aquí intervenía la devanadera, esa pieza con base sólida de madera y un eje central al que se unen, mediante travesaños horizontales, cuatro palos en posición vertical que soportaban las fibras de la madeja a su alrededor, mientras las manos femeninas la hacían girar por simple tensión para conseguir el ovillo.
La devanadera giraba y giraba en vueltas sin fin, al igual que el difícil problema vital se presentaba una y otra vez, noche y día en los pensamientos de su dueña.
Se perdió la rica comparación, pues la devanadera ya no ocupa su lugar en el espacio doméstico y está relegada al desván, en el mejor de los casos, o fue pasto de alguna hoguera; pero no han desaparecido los problemas y preocupaciones en la vida cotidiana, lo que da lugar en un lenguaje vivo al paso de nuevas expresiones.
“Tengo la cabeza como un bombo”, era la farse usual que podíamos escuchar también a finales del siglo pasado. Los sorteos de la lotería, en especial la de Navidad con amplia repercusión mediática y unos bombos que giraban sin cesar hacían próxima la significación de esa frase.
¿Y ahora?, ¿cómo lo expresamos? Puede que haya diversas imágenes para señalar el estado de preocupación y confusión mental y podríamos elegir la metáfora “me estoy rayando” o “me estás rayando”, alusión inequívoca a los problemas presentados por los soportes de audio cuando empiezan a fallar al atascarse en determinado compases sin poder seguir adelante.
El lenguaje evoluciona, las metáforas dan cuenta de ello, al tiempo que las piezas del museo nos ofrecen la oportunidad de reflexionar sobre la terca persistencia de los problemas vitales. Todas estas cosas, y muchas más, se pueden entresacar de las piezas que se exhiben en la Sección de Etnología del Museo de Zaragoza, memoria de una forma de vivir que nos parece lejana por tan distinta a la actual.
MdZ